Recordando a mega man 3 tripas, pequeña anécdota.

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Ah, Mega Man 3 de NES. Este juego me trae tantos recuerdos que casi siento el olor del polvo del cartucho cuando lo insertaba en mi vieja consola. Tenía 11 años y en México, la vida no es fácil: apenas me daban para pagar 1 hora diaria en el local de maquinitas. Pero esa hora, ¡qué hora! Era mi escape a un mundo donde ser un robot azul peleando contra los enemigos más locos de la galaxia era mi máximo sueño.



Cada tarde, después de hacer la tarea (o hacerle al cuento), me lanzaba a las maquinitas del barrio con mis 10 pesos bien contados. "¡Una hora, don!", le decía al señor de las maquinitas, mientras me lanzaba una mirada que ya conocía bien. Y ahí estaba yo, en frente de esa máquina sagrada, donde los 8 bits brillaban con más fuerza que cualquier cosa. Era como si entraras a un anime ochentero, donde tú eras el protagonista: Mega Man, el robotito azul más cool de todos los tiempos.



Ahora, el chiste no era solo jugar, era sobrevivir. Porque Mega Man 3 no te perdonaba. En cuanto entrabas al nivel de Snake Man o Shadow Man, sabías que venía lo bueno. Recuerdo esas primeras veces que me enfrenté a Snake Man, con su andar de culebra (literal) y sus disparos traicioneros. Tenía que aprender a la mala, como quien aprende que el "agua no hierve por mirarla". Moría, moría y moría. Pero cada vez me hacía más fuerte, más rápido, y más hábil.

Uno de los grandes, Shigeru Miyamoto, decía: "Los juegos de NES no eran solo difíciles, eran un entrenamiento para la vida". Y, ¡cómo tenía razón! Cada Robot Master derrotado era una victoria más en mi lista, una razón más para sentirme orgulloso durante esa gloriosa hora que me daban para jugar.




El sonido de la victoria (y la frustración)

La música... ¡ah, esa música! Todavía la tarareo cuando me distraigo, como si mi cerebro estuviera programado para recordar las tonaditas de Gemini Man o el sonido épico de cuando derrotabas a uno de esos Robot Masters. Y ni hablar del maldito Dr. Wily, con sus risitas de villano de anime barato. La música te atrapaba, te hacía sentir que, aunque solo fuera por una hora, eras parte de algo más grande. Como si estuvieras salvando al mundo mientras intentabas juntar tus monedas para el día siguiente.

Koji Kondo, el maestro de la música de videojuegos, dijo una vez: "La música en un juego debe ser tan memorable que puedas cantarla incluso cuando el televisor esté apagado". Bueno, señores, Mega Man 3 es la definición pura de eso.





El dolor de los jefes y la gloria de los saltos imposibles

Si hay algo que me tenía al borde del asiento eran esos saltos imposibles. No había espacio para errores, porque un mal movimiento y adiós, hasta el fondo. Los niveles parecían estar diseñados por el mismísimo diablo (o por alguien que se quedó sin ideas y pensó "ponle más trampas"). Y ahí estaba yo, sudando la gota gorda en cada plataforma, rezando por no caerme... hasta que caía. ¡Pero no me rendía!

Y ni hablemos de los jefes finales. Dr. Wily y sus malditos robots locos eran como el examen final de matemáticas: imposible de pasar si no estudiabas bien sus patrones de ataque. Era de esas cosas que o dominabas, o te quedabas varado en el mismo lugar por semanas.





El sacrificio de 1 hora al día

Ahora, hay que decirlo: 1 hora al día no era suficiente. Era como si te dieran un pequeño pedazo de pastel, y cuando le empezabas a agarrar el gusto, te lo quitaran de golpe. Cada día, volvía con la esperanza de avanzar un poco más. Y sí, se siente melancólico, porque en esos tiempos uno no tenía la consola en casa; jugábamos a la antigua: rogando por más tiempo o esperando que otro no te quitara la máquina.

A veces, cuando ya se me acababa la hora, me quedaba mirando a los demás jugar, pensando en estrategias, en cómo pasar esos niveles imposibles, como si fuera un loco. Porque sí, Mega Man 3 no solo te enseñaba a jugar, te enseñaba paciencia y estrategia.




Conclusión: Mega Man 3, el amor de mi infancia

Hoy en día, miro hacia atrás y pienso que Mega Man 3 fue más que un simple juego: fue un ritual diario, una lección de vida. Y aunque ya no me queda la paciencia para esos saltos imposibles ni la furia de los jefes finales, siempre tendré un lugar en mi corazón para el robot azul que me acompañó durante tantas tardes.

Así que, si alguna vez te quejas de que un juego moderno es difícil, recuerda: Mega Man 3 te enseñaba el verdadero significado del sufrimiento... pero también de la gloria, nos vemos en el siguiente post.

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